LA ESPAÑA ETERNA
Francisco Martínez Soria nació en Tarazona de Aragón (Zaragoza) el 8 de diciembre de 1904, falleciendo de un ataque al corazón el 26 de febrero de 1982 en Madrid. Hijo de un funcionario del Estado, a los cinco años su familia se trasladó a Barcelona donde cursó sus primeros estudios, comenzando a trabajar a los diecisiete años. Poco amante de los libros, al joven Paco le gustaba mucho intervenir en las representaciones teatrales del colegio, por éso, durante la República debutó en Sereno y tormenta (1934) del incipiente realizador Ignacio F. Iquino con quien reincidió con el mediometraje Paquete, el fotógrafo público número uno (1938), financiada por la autogestionaria FAI antes de la llegada de las tropas franquistas a Barcelona. Error judicial (1935) de Juan Fadella, fue otro film rodado durante la República cuando el joven Paco hacía sus pinitos de actor.
En 1938 ingresó en la Compañía de Rafael López Somoza, actuando en el teatro Fontalba de Madrid y, dos años después, Paco Martínez Soria ya tenía compañía propia debutando en el Urquinaona de Barcelona. Sus éxitos eran tan espectaculares que en 1960 se convirtió en propietario del teatro Talía de Barcelona donde, en su ausencia, actuaba Joan Capri.
Instalado de nuevo en Barcelona, Paco Martínez Soria trabajó para Campa-Cifesa donde Ignacio F. Iquino trataba de crear un cine de género sencillo y amable al margen de la Cruzada y sus temas propagandísticos. Iquino, audaz hombre de cine, maestro de maestros, trabajaba con equipos fieles rodando cuatro films al año. Incluso llegaba a filmar dos películas al mismo tiempo aprovechando los mismos decorados y los mismos actores, práctica que en Hollywood cimentó el prestigio de Roger Corman pero que para nuestra crítica resulta mal visto si quien la utiliza es un español.
La primera versión de El difunto es un vivo (1941) de Iquino fue un éxito y una excelente muestra de un cine artesanal, sin pretensiones pero realizado con dignidad; Alma de Dios (1941) era la versión fílmica de una obra del castizo Carlos Arniches; Boda accidentada (1942); Viviendo al revés (1943); Un enredo de familia (1943) y El hombre de los muñecos (1943) fueron las películas donde Martínez Soria trabajó con el stajanovista Ignacio F. Iquino haciendo reír a un público ansioso de olvidar los horrores de la Guerra Incivil, mientras que los estamentos oficiales estaban indignados porque los cineastas catalanes se abstenían de rodar películas propagandísticas del Nuevo Régimen, obteniendo por ello bajas clasificaciones cualitativas.
En una línea similar, Martínez Soria actuó en Deliciosamente tontos (1943) de Juan de Orduña y Piruetas juveniles (1943) de Giancarlo Capelli. Tras un silencio de ocho años, el tozudo aragonés volvió a rodar nuevas comedias cinematográficas para llegar a los públicos de toda España, muchos de los cuales no podían acudir a las representaciones teatrales donde este cómico era rey indiscutible: Almas en peligro (1951) de Antonio Santillán; La danza del corazón (1951) de Raúl Alfonso; Fantasía española (1953) de Javier Setó; La montaña sin ley (1953) de Miguel Lluch; Veraneo en España (1955) de Miguel Iglesias; El difunto es un vivo (1956) de Juan Llado, segunda versión; Su desconsolada esposa (1957) de Miguel Iglesias; Sendas marcadas (1957) de Juan Bosch.
El aragonés se hizo tan popular que hasta en Zaragoza pusieron su nombre a una calle, Paco Martínez Soria más que un actor en realidad era un personaje en sí mismo, caracterizado por su enorme gracejo vocal, su peculiar dicción dicharachera que transmitía una humanidad entrañable. Esta fue la razón de su éxito que perdura actualmente a través de sus películas, que aún consiguen los primeros puestos en los niveles de audiencia en sus pases televisivos.
Su filmografía más personal comenzó en 1965 con la adaptación de su gran éxito en las tablas, La ciudad no es para mí, que obtuvo también un importante triunfo de taquilla. A partir de entonces todo su cine estaba hecho a la sombra de su gloria teatral y sus obras, en realidad, no tienen entidad fílmica. Sin embargo es justo reconocer su gran poder de comunicación cara al público, su socarrón sentido del humor muy ibérico, difícilmente comprensible allende nuestras fronteras. Paco Martínez Soria era español por los cuatro costados, y supo llegarle al alma del espectador medio, quien coreará todos sus chascarrillos a grandes carcajadas. Esa era su función y el actor aragonés supo cumplirla con gran brillantez.
La ciudad no es para mí (1965) de Pedro Lazaga fue uno de las películas más taquilleras de todos los tiempos, animando a los productores a seguir en la misma dirección con sus siguientes títulos donde se repetía el intérprete, el director y las temáticas: ¿Qué hacemos con los hijos? (1967); Abuelo Made in Spain (1968); El turismo es un gran invento (1968); Hay que educar a papá (1971); El padre de la criatura (1972); El abuelo tiene un plan (1972); Estoy hecho un chaval (1975); El alegre divorciado (1975) y Vaya par de gemelos (1977).
Pedro Lazaga ponía su habitual pericia en los películas realizadas en función de las cualidades cómicas de Martínez Soria convertido ya en un mito de la comedia española, aunque a muchos moleste ese conservadurismo un tanto extremado de sus guiones.
Ya hemos apuntado más arriba que la mayoría de los críticos españoles suelen alardear de su izquierdismo, no es de extrañar su irritación ante el estreno de los films de Martínez Soria, pero los éxitos se fueron sucediendo hasta su muerte: Se armó el Belén (1969) de José Luis Sáenz de Heredia; Don erre que erre (1970) de José Luis Sáenz de Heredia; El calzonazos (1974) de Mariano Ozores; Yo no perdono un cuerno (1976) de Mauro Severino; Es peligroso casarse a los sesenta (1980) de Mariano Ozores; La tía de Carlos (1981) de Luis María Delgado, su film póstumo.
Cuando ese actor aragonés falleció de un infarto en su domicilio madrileño, el teatro Talia de Barcelona pasó a llamarse Martínez Soria en homenaje a ese hombre que tanta gloria le dio con unas obras que en realidad daban lo único que prometían, un humor popular y campechano. La antorcha de la comedia en castellano en Cataluña la cogió Paco Morán, aunque su sentido del humor sea distinto y más acorde con los nuevos tiempos.